"The Yellow Press", por H. D. Spalding, 1959 |
Raymond Chandler creó el personaje del detective privado
Philip Marlowe como un arquetipo del caballero andante contemporáneo. Marlowe,
por supuesto, era mucho menos iluso que los desfacedores de entuertos
medievales, no en vano vivía en una gran ciudad, Los Ángeles, y en plena
expansión del capitalismo, mediados del siglo XX. Él no comulgaba con ruedas de
molino tales como Dios, Patria y Rey, e incluso tenía serias, y casi siempre
finalmente justificadas, dudas sobre la completa inocencia de las damiselas en
apuros.
Marlowe sabía que el muro que separa el lado
limpio y el lado sucio de la lucha por el dólar es tan delgado como el papel de
fumar. Al igual que lo es el que separa el glamour del crimen.
Y sin embargo, el personaje de Chandler actuaba
conforme a sus principios, por minoritarios que fueran; libraba las batallas que
creía que debía librar, por perdedoras que se anunciaran, y, en su relación con
la gente, prefería a aquella que es mejor que otra.
En El largo adiós, Marlowe simpatiza con un
periodista, Lonnie Morgan, que trabaja para el imaginario Journal, el último diario más o
menos independiente que queda en Los Ángeles. Morgan es el único que espera al detective cuando
sale de pasar varios días en comisaría, y, aunque sabe que no va a sonsacarle la menor
información, se toma la molestia de llevarlo en coche a casa. Más adelante,
Marlowe confiará en Morgan para filtrarle un documento policial explosivo, y éste
y su director, otro periodista de raza, tendrán lo que hay que tener en este
oficio para publicarlo por mucho que fastidie a los amos de la ciudad.
En esa novela, Marlowe se las tiene que ver
asimismo con Harlan Potter, un multimillonario que es dueño de un montón de periódicos y
uno de los amos de la ciudad. Lo mejor que Marlowe puede decir de Potter es que
no tiene el menor remordimiento a la hora de usar sus diarios y sus influencias
para ocultar aquellas informaciones que le desagradan y para aplastar a los que
se entrometen en su camino.
William Randolph Hearst, 1863-1951 |
A los editores de rapiña el periodismo les
importa un rábano; el futuro del periodismo está en los periodistas... y en los ciudadanos.
En un momento dado de El largo adiós,
el reportero Morgan le explica a Marlowe: “Los periódicos son propiedad de
gente rica, y todos los ricos pertenecen al mismo club. Sí, claro, hay competencia,
una dura competencia, por la difusión, por noticias potentes, por historias en
exclusiva. Pero siempre y cuando ello no dañe el prestigio y la posición de los
propietarios. Si lo hace, entonces es cuando aparece la tapadera”.