En la noche del 1 al 2 de mayo de 2011, Barack Obama informó de que Bin Laden acababa de ser ejecutado por un comando estadounidense. Fue deliberadamente
breve y sobrio. No hubo en su mensaje televisado el menor atisbo de sonrisa
triunfalista.
Ahora, casi dos años después, la
ejecución extrajudicial del líder de Al Qaeda es el tema de dos extraordinarios
y perturbadores documentos.
Uno, periodístico, es la
historia del aún anónimo tirador de los Navy SEAL que abatió a Bin Laden en su
último refugio, en Abbottabad (Pakistán). Phil Bronstein, el reportero que la cuenta, le llama The Shooter, el tirador.
El otro, cinematográfico, es La noche más oscura (Zero Dark Thirty), el filme dirigido por Kathryn Bigelow que compite por cinco
Oscar en la ceremonia de este fin de semana.
Se ha discutido mucho sobre las realistas
escenas de tortura de La noche más
oscura. A los
estadounidenses patrioteros les molestan porque explicitan algo que todos
sabemos: la tortura -practicada por agentes norteamericanos o subcontratada a
terceros, en Irak, Afganistán o Guantánamo, con la bendición de Bush o los
reparos de Obama- es un instrumento habitual de la CIA en su lucha contra Al
Qaeda. A otros, en cambio, esas escenas les disgustan porque creen verlas como
una justificación del uso de la brutalidad en la búsqueda de informaciones
sobre el paradero y los planes de Bin Laden y los suyos.
Más allá de ese debate, la película de
Bigelow es relevante por su rareza en la cinematografía estadounidense. Contada
de un modo austero y sombrío, deja al espectador –o al menos, me dejó a
mí- un regusto amargo y triste. No hay en ella banderas estadounidenses
flameando victoriosamente, ni planos ralentizados de soldados
caminando hacia la cámara con la sonriente satisfacción del deber cumplido, ni
discursos carismáticos de sangre, sudor y
lágrimas desde la Casa Blanca.
La
noche más oscura es la narración de un trabajo sucio: la mayor caza de un
ser humano de la historia. Un trabajo que sólo puede concluir con la muerte del
fugitivo. Un trabajo ineludible para los que lo realizan: Maya, la
agente de la CIA empecinada en seguir la pista que terminó con el descubrimiento
del refugio de Bin Laden, y los 23 miembros del comando de verdugos de los Navy
SEAL.
Diversos elementos subrayan esa asepsia casi
documental. El más obvio, la narración con gafas militares de visión nocturna del
asalto de la casa de Abbottabad, a las 00:30 horas, las Zero Dark Thirty del título original. Otro,
lo que ha sido llamado iconofobia
del filme: el hecho de que, por ejemplo, Bin Laden apenas salga de refilón.
El guion de La noche más oscura está basado en la realidad, en documentos secretos y testimonios de personas que no
desean difundir su identidad.
Casco del Shooter. Center for Investigative Reporting |
Resulta
que Bronstein, ex corresponsal en Filipinas, América Latina y Oriente Próximo y
hoy presidente del Center for Investigative
Reporting (CIR), una organización de Berkeley
(California) consagrada al periodismo de investigación, se hizo amigo del anónimo tirador en el transcurso de un trabajo
sobre los problemas de los veteranos de guerra norteamericanos. Bronstein
y The Shooter compartieron muchos
tragos de whisky escocés antes de que el hombre que mató a Bin Laden diera su
permiso para que el periodista contara su historia.
Así
describió la ejecución: “Le disparé dos veces en la frente. ¡Bap, Bap!
La segunda según estaba cayendo. Se encogió en el suelo frente a su cama y le
disparé otra vez ¡Bap! En el mismo sitio. Estaba muerto. No se movía. Tenía la
lengua fuera. Le miré mientras daba sus últimos suspiros”.
The Shooter, cuenta Bronstein, es un tipo corpulento y divertido que, tras 16 años de
leales servicios, dejó voluntariamente los Navy SEAL. Hoy está en paro, sin pensión
ni cobertura sanitaria y con serios problemas de salud.
En el Ejército le despidieron de este modo: “Estás fuera del servicio, tu cobertura
se ha acabado. Gracias por tus 16 años de servicio”. The Shooter comprendió el mensaje: “¡Ahora que te jodan!”.
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